La venta del asno
Erase un chicuelo astuto que salió
un día de casa dispuesto a vender a
buen precio un asno astroso. Con las
tijeras le hizo caprichosos dibujos
en ancas y cabeza y luego le cubrió
con una albarda recamada de oro.
Dorados cascabeles pendían de los
adornos, poniendo música a su paso.
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Viendo pasar el animal tan ricamente
enjaezado, el alfarero llamó a su
dueño: |
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-Qué quieres por tu asno muchacho? |
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-¡Ah, señor, no está en venta! Es
como de la familia y no podría
separarme de él, aunque siento
disgustaros... |
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Tan buena maña se dio el chicuelo,
que consiguió el alto precio que se
había propuesto. Soltó el borrico,
tomó el dinero y puso tierra por
medio.
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La gente del pueblo se fue
arremolinando en torno al elegante
asnito. |
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¡Que elegancia! ¡Qué lujo! -decían
las mujeres. |
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-El caso es... -opuso tímidamente el
panadero-, que lo importante no es
el traje, sino lo que va dentro. |
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-insinúas que el borrico no es
bueno? -preguntó molesto el
alfarero. |
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Y para demostrar su buen ojo en
materia de adquisiciones, arrancó de
golpe la albarda del animal. Los
vecinos estallaron en carcajadas. Al
carnicero, que era muy gordo, la
barriga se le bamboleaba de tanto
reír. Porque debajo de tanto adorno,
cascabel y lazo no aparecieron más
que cicatrices y la agrietada piel
de un jumento que se caía de viejo.
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El
alfarero, avergonzado, reconoció: |
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-Para borrico, yo! |
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La ratita blanca

El Hada soberana de las cumbres
invito un día a todas las hadas de
las nieves a una fiesta en su
palacio. Todas acudieron envueltas
en sus capas de armiño y guiando sus
carrozas de escarcha. Pero una de
ellas, Alba, al oír llorar a unos
niños que vivían en una solitaria
cabaña, se detuvo en el camino. |
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El hada entro en la pobre casa y
encendió la chimenea. Los niños,
calentándose junto a las llamas, le
contaron que sus padres hablan ido a
trabajar a la ciudad y mientras
tanto, se morían de frío y miedo. |
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-Me quedare con vosotros hasta el
regreso de vuestros padres -prometió
ella. |
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Y así lo hizo; a la hora de marchar,
nerviosa por el castigo que podía
imponerle su soberana por la
tardanza, olvido la varita mágica en
el interior de la cabaña. El Hada de
las cumbres contemplo con enojo a
Alba. |
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Cómo? ,No solo te presentas tarde,
sino que además lo haces sin tu
varita? ¡Mereces un buen castigo! |
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Las demás hadas defendían a su
compañera en desgracia. |
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-Ya se que Alba tiene cierta
disculpa. Ha faltado, sí, pero por
su buen corazón, el castigo no será
eterno. Solo durara cien años,
durante los cuales vagara por el
mundo convertida en ratita blanca. |
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Amiguitos, si veis por casualidad a
una ratita muy linda y de blancura
deslumbrante, sabed que es Alba,
nuestra hadita, que todavía no ha
cumplido su castigo...
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La bobina maravillosa

Erase
un principito que no quería
estudiar. Cierta noche, después de
haber recibido una buena regañina
por su pereza, suspiro tristemente,
diciendo: |
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¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer
lo que me apetezca?
Y he aquí que, a la mañana
siguiente, descubrió sobre su cama
una bobina de hilo de oro de la que
salió una débil voz:
Trátame con cuidado, príncipe. |
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Este
hilo representa la sucesión de tus
días. Conforme vayan pasando, el
hilo se ira soltando. No ignoro que
deseas crecer pronto... Pues bien,
te concedo el don de desenrollar el
hilo a tu antojo, pero todo aquello
que hayas desenrollado no podrás
ovillarlo de nuevo, pues los días
pasados no vuelven. |
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El
príncipe, para cerciorarse, tiro con
ímpetu del hilo y se encontró
convertido en un apuesto príncipe.
Tiro un poco mas y se vio llevando
la corona de su padre. ¡Era rey! Con
un nuevo tironcito, inquirió: |
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Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y
mis hijos? |
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En el
mismo instante, una bellísima joven,
y cuatro niños rubios surgieron a su
lado. Sin pararse a pensar, su
curiosidad se iba apoderando de él y
siguió soltando mas hilo para saber
como serian sus hijos de mayores. |
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De pronto se miro al espejo y vio la
imagen de un anciano decrépito, de
escasos cabellos nevados. Se asusto
de sí mismo y del poco hilo que
quedaba en la bobina. ¡Los instantes
de su vida estaban contados!
Desesperadamente, intento enrollar
el hilo en el carrete, pero sin
lograrlo. |
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Entonces la débil
vocecilla que ya conocía, hablo así: |
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Has
desperdiciado tontamente tu
existencia. Ahora ya sabes que los
días perdidos no pueden recuperarse.
Has sido un perezoso al pretender
pasar por la vida sin molestarte en
hacer el trabajo de todos los días.
Sufre, pues tu castigo. |
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El rey,
tras un grito de pánico, cayó
muerto: había consumido la
existencia sin hacer nada de
provecho. |
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El honrado leñador
Había
una vez un pobre leñador que
regresaba a su casa después de una
jornada de duro trabajo. Al cruzar
un puentecillo sobre el río, se le
cayo el hacha al agua. |
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Entonces empezó a lamentarse
tristemente: ¿Como me ganare el
sustento ahora que no tengo hacha? |
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Al instante ¡oh, maravilla! Una
bella ninfa aparecía sobre las aguas
y dijo al leñador: |
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Espera, buen hombre: traeré tu
hacha. |
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Se hundió en la corriente y poco
después reaparecía con un hacha de
oro entre las manos. El leñador dijo
que aquella no era la suya. Por
segunda vez se sumergió la ninfa,
para reaparecer después con otra
hacha de plata. |
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Tampoco es la mía dijo el afligido
leñador. |
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Por tercera vez la ninfa busco bajo
el agua. Al reaparecer llevaba un
hacha de hierro. |
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¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la
mía! |
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Pero, por tu honradez, yo te regalo
las otras dos. Has preferido la
pobreza a la mentira y te mereces un
premio.
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Caperucita y las aves

Aquel invierno fue más crudo que de
ordinario y el hambre se hacía
sentir en la comarca. Pero eran las
avecillas quienes llevaban la peor
parte, pues en el eterno manto de
nieve que cubría la tierra no podían
hallar sustento |
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Caperucita Roja, apiadada de los
pequeños seres atrevidos y
hambrientos, ponía granos en su
ventana y miguitas de pan, para que
ellos pudieran alimentarse. Al fin,
perdiendo el temor, iban a posarse
en los hombros de su protectora y
compartían el cálido refugio de su
casita. |
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Un día los habitantes de un pueblo
cercano, que también padecían
escasez, cercaron la aldea de
Caperucita con la intención de robar
sus ganados y su trigo. |
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-Son más que nosotros -dijeron los
hombres-. Tendríamos que solicitar
el envío de tropas que nos
defiendan.
-Pero es imposible atravesar las
montañas nevadas; pereceríamos en el
camino -respondieron algunos. |
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Entonces Caperucita le habló a la
paloma blanca, una de sus
protegidas. El avecilla, con sus
ojitos fijos en la niña, parecía
comprenderla. Caperucita Roja ató un
mensaje en una de sus patas, le
indicó una dirección desde la
ventana y lanzó hacia lo alto a la
paloma blanca. |
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Pasaron dos días. La niña,
angustiada, se preguntaba si la
palomita habría sucumbido bajo el
intenso frío. Pero, además, la
situación de todos los vecinos de la
aldea no podía ser más grave: sus
enemigos habían logrado entrar y se
hallaban dedicados a robar todas las
provisiones. |
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De pronto, un grito de esperanza
resonó por todas partes: un
escuadrón de cosacos envueltos en
sus pellizas de pieles llegaba a la
aldea, poniendo en fuga a los
atacantes. |
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Tras ellos llegó la paloma blanca,
que había entregado el mensaje.
Caperucita le tendió las manos y el
animalito, suavemente, se dejó caer
en ellas, con sus últimas fuerzas.
Luego, sintiendo en el corazón el
calor de la mejilla de la niña,
abandonó este mundo para siempre. |
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La ostra y el cangrejo
Una ostra estaba enamorada de la
Luna. Cuando su gran disco de plata
aparecía en el cielo, se pasaba
horas y horas con las valvas
abiertas, mirándola. |
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Desde su puesto de observación, un
cangrejo se dio cuenta de que la
ostra se abría completamente en
plenilunio y pensó comérsela. |
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A la noche siguiente, cuando la
ostra se abrió de nuevo, el cangrejo
le echó dentro una piedrecilla. |
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La ostra, al instante, intento
cerrarse, pero el guijarro se lo
impidió. |
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El astuto cangrejo salió de su
escondite, abrió sus afiladas uñas,
se abalanzó sobre la inocente ostra
y se la comió. |
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Así sucede a quien abre la boca para
divulgar su secreto: siempre hay un
oído que lo apresa. |
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La leona
Los cazadores, armados de lanzas y
de agudos venablos, se acercaban
silenciosamente.
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La leona, que estaba amamantando a
sus hijitos, sintió el olor y
advirtió en seguida el peligro. |
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Pero ya era demasiado tarde: los
cazadores estaban ante ella,
dispuestos a herirla. |
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A la vista de aquellas armas, la
leona, aterrada, quiso escapar. Y de
repente pensó que sus hijitos
quedarían entonces a merced de los
cazadores. Decidida a todo por
defenderlos, bajó la mirada para no
ver las amenazadoras puntas de
aquellos hierros y, dando un salto
desesperado, se lanzó sobre ellos,
poniéndolos en fuga. |
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Su extraordinario coraje la salvó a
ella y salvó a sus pequeñuelos.
Porque nada hay imposible cuando el
amor guía las acciones. |
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el auror de la ratira blanca
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ResponderEliminarPF EL AUTOR DE LA LEYENDA La Ratita Blanca
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ResponderEliminarautor de l RATITA BLANACA
ResponderEliminarel auror de la ratira blanca
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